Después del accidente en 1986, se levantó a toda prisa una estructura sobre las ruinas y restos del edificio del reactor siniestrado: el denominado sarcófago. La alta radiación impidió a los ingenieros inspeccionar con precisión la estabilidad de carga de la estructura. Muchas partes prefabricadas tuvieron que ser instaladas con operaciones realizadas a distancia y por lo tanto no pudieron colocarse con precisión, quedando huecos en la estructura. Nunca se tuvo la intención de que el sarcófago fuera una solución definitiva, sino que se diseñó para durar un máximo de 20 a 30 años.
El Banco Europeo para la Reconstrucción y el Desarrollo, que asume la gestión del fondo para la construcción del nuevo sarcófago, estima que su coste total será cercano a los 1.600 millones de euros, de los que España aporta la escasa cantidad de 5,1 millones.
Greenpeace considera que el accidente de Fukushima demuestra que no se aprendió la lección de Chernóbil. “En lugar de camuflar la gravedad del accidente de Fukushima, proponiendo alterar los niveles de la Escala Internacional de Sucesos Nucleares (INES) para elevar la clasificación de Chernóbil, como propone la Agencia de Energía Nuclear de la OCDE, la industria nuclear debería reconocer la inevitable peligrosidad de esta energía ¿Qué más tiene que pasar?”, ha declarado Carlos Bravo, responsable de la campaña de Energía Nuclear de Greenpeace. Y, para mi opinión, tiene toda la razón. ¿Por qué nos empeñamos en utilizar la energía nuclear cuando hay muchas más alternativas, más ecológicas y baratas a largo plazo? Puedes consultar nuestra opinión sobre éste tema en otro post del blog clicando aquí.
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